Y entonces Aldonza salía todos los días a buscar una nueva novela de caballería, algún relatos, cuento corto, etc. y lo colocaba en la mesita de luz de Alonso, poniendo sus lentes cuidadosamente encima de la tapa.
-Te dejé algo para que leas antes de dormir, junto a la cama- decía cuando él volvía del trabajo. Pero Alonso Quijano, fiel a las recomendaciones del cura del pueblo, quién ya había quemado gran parte de su biblioteca personal, apartaba los libros y lanzaba sobre Aldonza una mirada reprobatoria.
Cenaban, se contaban sus cosas. Él, lo de siempre en el trabajo, ella algunos chismes vecinales. Se acostaban el uno junto al otro. Se querían. a su modo, con los cuerpos y el alma gastados por el uso y los años. Se puede decir que se amaban y eso dicen antes de cerrar los ojos para dormir “te amo”.
Al día siguiente Aldonza seguirá buscando ese libro con la esperanza de que él lo lea, recupere la locura y ella vuelva a ser Dulcinea.
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