domingo, 10 de julio de 2011

Desnudos en City Bell

Los viernes Sócrates,  Jorge, Javier y Pedro se juntaban en una quinta. Leían a Marx y discutían hasta que no poder más, entonces salían a caminar por las calles  desiertas de City Bell, cruzaban una plaza brumosa. Noches de lunas amarillas. Volvían despejados y seguían así hasta que iban cayendo en el césped del parque mientras el sol clareaba detrás de la silueta de un ombú que dominaba el horizonte y ahí quedaban hasta que el sol del mediodía no daba tregua y los obligaba a despertar. Lo mismo pasaba el sábado y el domingo. El lunes había que volver al colegio. Caminaban hasta la estación y tomaban el tren a Constitución. Todo ajetreo de locomotora hoy es un eco de aquellos días yendo y viniendo entre City Bell y la Capital.
Un día decidieron prolongar el fin de semana, le agregaron los lunes y con el tiempo fueron bajando las notas en la escuela, consecuencia lógica de faltar una vez por semana. Después daban las materias en diciembre y marzo. No era algo planificado, fue dándose de manera espontánea. Lo hicieron un fin de semana, el siguiente y finalmente quedó instaurado de facto. Sus fines de semana tenían tres o cuatro días.
Un día Sócrates cayó con una botella de licor, quería agregarle alguna bebida al rito de los fines de semana, pero el alcohol los durmió y no pudieron seguir con las discusiones. Quedaron descartadas entonces las bebidas alcohólicas y por extensión los porros. Le declararon la guerra al sueño. La vida les quedaba chica y aunque dormir no era la muerte, ese tiempo de letargo tampoco era vivir.
Una noche de invierno en busca de algo caliente y de rápida preparación se toparon con una caja de Quaker y lo prepararon con leche. Así la pequeña cofradía tuvo su bebida ritual. Una célula revolucionaria independiente que se alimentaba con Quaker y leche y que salía a ver la luna cuando amenazaba el sueño.
Javier llevó un libro de cuentos de Asimov. Se turnában para leerlo en voz alta. Uno de los cuentos describía a un hombre corriendo desnudo por un prado junto a una tropilla de caballos.
- Che, son las tres de la mañana –dijo Sócrates.
- ¿y? -preguntó Jorge.
- Es hora de nuestro paseo nocturno ¿por qué no salimos desnudos? Salgamos como el tipo del cuento. Un tipo libre que sale a correr desnudo. Salgamos a pasear en pelotas. -dijo Sócrates.
- Estás loco. Te pegó mal el Quaker.
- No, en serio.
Pedro le pareció lógico en ese momento. - No es mala idea –dijo- hasta ahora nunca nos cruzamos con nadie.
Javier apoyó- Es cierto, nunca nos topamos con nadie. Para mí que no hay nadie en City Bell.
Sócrates desarrolló la idea- Sí, no hay nadie. Cuando cae el sol, se produce un éxodo. Todos huyen. De noche se convierte en un pueblo abandonado, sólo quedan los perros y nosotros.
-No digas tonterías- resistió Jorge, que veía desesperado cómo la idea nudista avanza con éxito.
-Dale, cobarde -insistió Sócrates- probemos.
Ya todos empezaban a sacarse la ropa, menos Jorge que no daba crédito a lo que estaba pasando- Están todos locos.
-Dale - dijo Javier- si te quedás afuera de esta no te lo vas a perdonar.
-Buen argumento -agregó Pedro y se hizo una pausa. Toda la atención estaba puesta en la
reacción de Jorge, que después de vacilar unos instantes empezó a sacarse la ropa a toda velocidad como quién se mete de golpe en el agua fría. Todos aplaudieron.
- Una vuelta y nos volvemos- dijo Jorge.
Dieron una vuelta y volvieron con la adrenalina tan alta que fue imposible dormir. A la semana siguiente la vuelta se convirtió en dos y luego tres hasta que finalmente fueron desnudos hasta la plaza. Cuatro pelilargos desnudos a las tres de la mañana en una plaza de City Bell. Nadie se les cruzó en el camino, tal vez alguien los haya visto, oculto tras las sombras de una ventana o entre los pliegues de alguna cortina desvelada, tal vez no. El hecho es que nunca fueron molestados durante esos paseos nudistas.
-Escuchen –dijo Pedro sorpresivamente. Todos callan esperando alguna revelación- No, no. Escuchen - repitió haciendo un gesto con las manos, como descorriendo un telón detrás del cual el universo se les presentaba. Pausa y silencio.
-¿Qué? - dijo Jorge perdiendo la paciencia- ¿Qué escuchemos qué?
-El silencio. Escuchen el silencio.
-Esto no es silencio- dijo Javier- se escuchan grillos y escuchá… se oye un perro ladrando lejos.
Cuando hacen silencio se oye el ladrido de un perro a distancia- Ahí tenés -dice mientras da un golpe sobre la palma de una mano con el reverso de la otra. Era una muletilla que tenía Javier y la usaba cada vez que confirmaba un argumento.
- El silencio no existe- dijo Sócrates
- Si nadie hiciera ruido, entonces habría silencio- dijo Jorge
- Si nadie hiciera ruido, pero eso es imposible. Siempre alguien o algo hace ruido así que como la premisa es imposible, la consecuencia no es probable. El condicional “habría” no se cumple nunca porque la condición “nadie hiciera ruido” no es posible- argumentó Sócrates
-El silencio es una abstracción, es una creación de la imaginación humana -dijo Pedro.
- Por eso, no existe en el mundo real- dijo Sócrates
Jorge, que siempre tardaba un poco más en entrar en esos juegos dijo- si el silencio no existe, tampoco existe la matemática. -Todos lo miramos sin entender la relación- también es una creación de la mente humana, una abstracción ¿o no?- Agregó.
-Cómo no va a existir la matemática –dijo Pedro- ¿me vas a decir que todos los años tengo que rendir examen de algo que no existe?
Todos rieron. Rieron hasta quedar agotados, a los gritos. Su total desnudez desaparecía en medio de la noche, vestidos de inocencia.
-El silencio es real, lo que pasa es que está oculto entre todos esos ruidos -dijo Javier señalando hacia delante- Pero ahí está el silencio, yo lo escucho -agregó agravando la voz y creando un clima dramático.
- ¿Cómo vas a escuchar el silencio? Es una contradicción- dijo Jorge
- Es como ver la oscuridad – dijo Pedro.
- ¡Como tocar la nada! – dijo Sócrates
- Como oler con la nariz tapada –dijo Pedro.
Y siguieron con la lista de ejemplos riéndose a más no poder: como un mudo gritando, como un paralítico corriendo, etc. Javier empezaba a inquietarse, era el único que no se reía.
-¡No! -interrumpió con un grito. Un perro se puso a ladrar y luego lo siguió una jauría de ladridos que se fueron apaciguando poco a poco- El silencio es un monstruo.
-Un monstruo mudo- siguió bromeando Sócrates.
- Basta, paren un poco que con el quilombo, nos van a mandar a la policía, ¿no ven que estamos en bolas?- dijo atemorizado Jorge
-Les voy a mostrar lo que es el silencio -dijo Javier. Se paró encima del banco  y gritó-¡Mamá! - Se quedaron petrificados por el asombro, los perros de las casas cercanas se pusieron a ladrar como locos. Cuando empezaron a recuperarse volvió a gritar-¡Mamá!- Los perros se callaron de golpe.
Todos seguían petrificados. El grito de Javier, desgarrado y desgarrador los invadía, un grito solo y una respuesta que no sabían si alguna vez llegaría.
Ahí tenés el silencio -dijo golpeando la palma de una mano con el revés de la otra. De un salto bajó del banco y volvimos a la casa. Estaba refrescando, el sol se insinuaba a lo lejos y en cualquier momento alguien saldría a la calle, tal vez regresando de ese éxodo nocturno y ninguno  quería ser visto así, desnudo.

1 comentario:

Anahí Flores dijo...

Ese chico Javier es realmente muy didáctico. Deberían enseñar estas cosas en la escuela. Saludos :)