El mozo se acercó con una bandeja llena de canapés y me preguntó:
- ¿Quiere?
- Sí – contesté
- ¿y es correspondido? – preguntó otra el mozo.
- cómo saberlo ¿no? – dije.
- Siempre se puede preguntar
- Bueno ¿soy correspondido? - pregunté
- No lo se, no se nada sobre correspondencia, tendría que preguntarle a algún especialista, un cartero por ejemplo.
- No conozco a ninguno.
- Yo tengo un primo que trabaja en el correo – dijo. Anotó un nombre y un teléfono en la servilleta que colgaba de su antebrazo y me la dió – hable con él, dígale que yo le di el número.
- ¿Y usted cómo se llama?
- Krauss – dijo
- ¿Como el ingeniero que le dio nombre a la escuela industrial? – pregunté
- No, el del industial es Otto – contestó
- Ah, gracias. Voy a telefonearle, adiós.
- Bueno, espero que tenga suerte – dijo mientras me extendía la mano.
Yo me quedé un rato mirando como él me extendía la mano. Luego agité mis manos en el aire, la de tamaño normal y la que me había quedado extendida, en un gesto ridículamente asimétrico. Le pedí que resolviera ese problema ya que había leído en una revista que la simetría era una cualidad importante a la hora de seducir a las mujeres, pero el mozo se acercó y me estrechó la otra mano empeorando más las cosas. Después se fue dejándome con una mano extendida y la otra tan estrechada que la servilleta casi no entraba en ella.
Un momento después otro mozo se me acercó con una bandeja llena de bebidas y preguntó:
- ¿Desea?
Yo no contesté, di media vuelta y me fui haciendo oídos sordos. El mozo me gritó algo, pero no pude escucharlo puesto que acababa de hacerme completamente sordo y no podía distinguir las palabras más necias de las más juiciosas.
No volví a pasar por ese salón por muchos años.
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