lunes, 15 de junio de 2009

CLARO DE LUNA

He salido al techo cada noche, durante un año, para ver la luna y comprobar lo que me dijera Selene: “Si todas las noches contemplás la luna, ella se acerca cada vez más, imperceptiblemente. Es requisito imprescindible no faltar nunca a la cita”. Por eso ahí estuve, con calor, con lluvia, con frío, sentado en el techo de mi casa, al principio durante dos horas cada noche, intentando notar la menor aproximación de nuestro poético satélite natural. En las noches en que las nubes ocultaban el cielo también estuve, con la nieve cayendo sobre mis ojos provistos de antiparras, esperando que una grieta dejara pasar la luz lunar al menos por unos instantes. Al cabo de dos meses tuve la certeza de que estaba más cerca, dos meses después volvió a suceder, y ya en el sexto mes su proximidad era evidente.
Entusiasmado, aumenté el tiempo de vigilia a cuatro, cinco y luego seis horas cada noche, pero con el tiempo enfermé de pulmonía. Fiebre y convulsiones obligaron a mis familiares y amigos a bajarme del techo en contra de mi voluntad e internarme en un hospital. Sin fuerzas, no tuve más alternativa que dejarme llevar. Unas semanas después, recuperado, volví al techo de mi casa pero para mi desazón la luna estaba otra vez en su posición original.
Van cinco meses desde que retomé mi desvelo lunar y no veo ningún cambio. Mis amigos me piden que deje ya esto; me tratan de lunático, como si fuera un insulto, pero ellos no pueden comprenderlo, no han visto lo que yo vi.

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