No llovió esa semana, ni la siguiente. Pasó un mes y luego otro. Los ancianos, los niños y los miembros más débiles comenzaron a enfermar debido a la sequía. El pueblo fue abandonado por sus habitantes. Todos se fueron, menos el profeta que fue expulsado del grupo por su falsa profecía y el sabio por su mala fe. Ambos fueron dejados en el abandono en aquel paraje seco.
Pasó un año sin lluvia durante el cual los dos hombres sobrevivieron masticando yuyos secos y sin cruzar una palabra.
Sus casas semidestruidas carecían de techo, pues nunca fue hecha ninguna reparación. No por desidia sino porque el techo no tiene sentido en un lugar en el que nunca cae nada del cielo. Pero una mañana un grupo de nubes se instaló sobre sus casas y a continuación otro grupo más y en poco tiempo el cielo oscureció y llovió. El profeta y el sabio se miraron y lloraron, aunque esto último no podríamos asegurarlo pues la lluvia y las lágrimas suelen confundirse entre sí. El profeta, entonces, habló: "Después no digas que no te avisé".
3 comentarios:
Excelente! Y cambiando algunas circunstancias y personajes nos recordaría alguna anécdota política...
Excelente! Y cambiando algunas circunstancias y personajes nos recordaría alguna anécdota política...
eso es lo bueno de la metáfora
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