Cuando Carmen comenzó a ir a la escuela fue otro calvario.
Los profesores la rotularon rápidamente de mal educada y la emprendieron contra
su madre, acusándola de no poner los límites a tiempo. Le aconsejaron, como quién extiende una receta médica, una buena
paliza cada vez que desobedezca y santo remedio, "un buen chirlo dado a tiempo y
ya verá como la niña se compone".
Así empezó una
guerra que pareció no terminar. Deja de jugar con la comida, o comes o lo
dejas. Cualquiera hubiera dicho que las palabras no llegaron a sus oídos, sin
embargo no era así. Carmen fijó sus ojos en su madre sin dejar de revolver impetuosamente la comida en su plato, desbordando el guiso y
haciendo zozobrar el recipiente con más dedicación. La mirada provocadora desató la primera tunda. Al
principio los golpes fueron de prueba pero no surtieron el efecto esperado. La
actitud altanera de Carmen desencadenó una sucesión de golpes más fuertes. La
mano iba de la ira al agotamiento. Apenas podía creer que su hija
tuviera más capacidad de soportar el dolor que la suya propia de generarlo.
Aunque no conseguía el resultado deseado, el castigo era aplicado con la misma
terquedad con que Carmen toleraba el maltrato, con esa misma terquedad y desafío
que hacían sentir impotente a su madre. Ya no esperaba que el castigo fuera
correctivo, se había convertido en una mera descarga ineficaz sobre el cuerpo
de Carmen.
Las dos quedaron presas de un juego de culpas que no podían
desarticular. Carmen sentía la culpa de no satisfacer a su madre, de provocar
su ira e incluso su impotencia. El triunfo de su capacidad obstinada para
soportar el castigo, era, paradójicamente, su derrota; y esa sensación de
derrota la hacía sentir inferior. Cuanto más disminuida se sentía más se
esforzaba en salirse con la suya y, como una rueda imparable, cada vez que se
salía con la suya más poca cosa se sentía y más culpable por el sufrimiento que
le provocaba a su madre.
Por su parte, la madre, no hacía más que odiarse a si misma después
de cada escarmiento y se preguntaba porqué dios las castigaba de esa manera.
Cada golpe era un golpe que se daba a ella misma. Su hija no cedía y ella
seguía golpeándola. Más se esmeraba en sobreponerse y más se hundía en su
sentimiento de auto desprecio.
4 comentarios:
Nos está dejando sin palabras, parece.
Usted se refiere a las diez palabritas de miércoles?
No, me refería a "la montaña y el río". Hasta el momento veo que sólo está introduciendo los personajes, pero la descripción es apabullante. Se me antoja que es la descripción de una condena inevitable. O mejor dicho, de varias condenas relacionadas.
Habrá que seguir la trama.
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