Nunca mostró interés en las indicaciones que su madre le daba, parecía sorda cuando la regañaba y esto
sucedía muy frecuentemente. Para Carmen desear era tomar, querer era hacer. Las
cosas se rompían en sus manos y no entendía la relación entre los actos y sus
consecuencias demoledoras. La tenían por descuidada y destructiva. Cuando
fue tomando conciencia de su torpeza nació en ella un
sentimiento de culpa que no era suficiente para redimirla.
Jamás pudo comer tranquilamente, la silla se movía todo el tiempo al
igual que la mesa, cuando apoyaba sus brazos sobre esta. Deja las manos quietas
de una vez, por el amor de dios, y las manos se aquietaban, entonces comenzaba
con los pies y todo era un temblor. Carmen era un temblor, hablando
continuamente sin esperar respuesta. No le importaba
si la escuchaban o no, quería hablar y hablaba, preguntaba y respondía o pasaba
a otro tema. No toleraba estar dentro de la casa y esto era un alivio para los
demás. Se lo pasaba en la calle jugando las más de las veces con varones y
volvía con las rodillas hechas un desastre de arañazos y moretones… pero nunca
se quejó de ningún dolor.
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