domingo, 28 de abril de 2013

LA MONTAÑA Y EL RÍO (PARTE 3)


Nunca mostró interés en las indicaciones que su madre le daba, parecía sorda cuando la regañaba y esto sucedía muy frecuentemente. Para Carmen desear era tomar, querer era hacer. Las cosas se rompían en sus manos y no entendía la relación entre los actos y sus consecuencias demoledoras. La tenían por descuidada y destructiva. Cuando fue tomando conciencia de su torpeza nació en ella un sentimiento de culpa que no era suficiente para redimirla.
Jamás pudo comer tranquilamente, la silla se movía todo el tiempo al igual que la mesa, cuando apoyaba sus brazos sobre esta. Deja las manos quietas de una vez, por el amor de dios, y las manos se aquietaban, entonces comenzaba con los pies y todo era un temblor. Carmen era un temblor, hablando continuamente sin esperar respuesta. No le importaba si la escuchaban o no, quería hablar y hablaba, preguntaba y respondía o pasaba a otro tema. No toleraba estar dentro de la casa y esto era un alivio para los demás. Se lo pasaba en la calle jugando las más de las veces con varones y volvía con las rodillas hechas un desastre de arañazos y moretones… pero nunca se quejó de ningún dolor.

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