viernes, 31 de mayo de 2013

LA MONTAÑA Y EL RÍO (parte 16)

La puerta sonó en medio de la tormenta de nieve, otra vez. Nieta y abuelo, detuvieron sus labores, sorprendidos por los golpes. Esta no era la primera vez que alguien tocaba a la puerta en invierno, pero Antonio seguía opinando que era una verdadera locura, una aventura equivalente al suicidio, internarse con esos días por esas montañas. “Sólo un imbécil inconsciente  o un montañés experto andaría dejando sus huellas efímeras en medio de semejante tempestad, corriendo el riesgo de desaparecer tal como sus huellas, detrás de sus pasos”. Pero en este caso no se trataba de un imbécil inconsciente ni de un montañés experto. A esta altura Antonio ya no bebía como antes y no se movía torpemente, sin embargo la edad y sus achaques lo habían puesto lento y así, lento, se encaminó a la puerta y sin preguntar nada abrió. El hombre se sacudió la nieve y agradeció mientras golpeaba sus pies entumecidos contra el piso, necesitaré quedarme hasta que la tormenta pase, dijo dirigiéndose al viejo.
El visitante se quedó más tiempo que el que duró la tormenta, colaboraba con los quehaceres de la casa, reparó las bisagras y ajustó algunas de las tablas del techo que estaban flojas. Antonio aceptó la ayuda.
Por las noches, junto al brasero y a la luz tenue de una lámpara de aceite, a veces luego de una jornada de arduo trabajo y otras veces al culminar un día improductivo, le contaba a la niña historias de lugares lejanos. Cada noche antes de irse a dormir ella escuchaba una nueva historia para luego soñar con ella. Así como el abuelo le diera de comer día tras día, cada día desde que tenía memoria; el visitante le daba de soñar contándole esas historias. Volaba en sus sueños por esos paisajes que su cabeza construía con el material de las palabras del narrador. El tiempo iba a pasar en la vida de Estrella y no lograría ya más, diferenciar en sus sueños los elementos fantásticos de los reales que comenzaron a poblar sus ilusiones nocturnas.
– Nunca me dijo su nombre- dijo el abuelo, dejando la pregunta implícita, flotando a la espera de una respuesta.
- No necesita saberlo, es mejor así. Puede llamarme como quiera.- fue la respuesta
-¿Nadie lo espera allá abajo?- preguntó Antonio mientras partían leña y la acomodaban a un costado de la estufa, y en el mismo momento de expresar la pregunta se dio cuenta que había sonado como una expulsión. Estuvo a punto de formular nuevamente la pregunta o aclarar que no es que quisiera que se marchara, pero el visitante no le dio tiempo.
- No, no hay nadie que me esté esperando. De todos modos, pronto me iré.- contestó
- No me malinterprete, no le estoy pidiendo que se valla.- dijo Antonio.
- Entiendo, pero no se preocupe, lo estuve pensando bastante últimamente. Puede que las cosas estén más tranquilas ahora que pasó el tiempo. Bajaré para ver como anda todo. Puede ser que vuelva más adelante…
- Aquí Estrella lo va a extrañar, se está acostumbrando a su compañía y sus historias.
- Le digo que volveré en un tiempo, yo hablaré con ella, seguro que entenderá.
Antonio no volvió a preguntar más nada y aceptó el anonimato del extraño, de hecho a él mismo solían molestarle demasiadas preguntas, acostumbrado como estaba a la escasez de palabras.

Terminaron de acomodar la leña. Una semana después el visitante se despidió y partió cuesta abajo.

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