domingo, 26 de mayo de 2013

LA MONTAÑA Y EL RÍO (parte 14)


1923 nacía frío. Como un augurio fúnebre, una de las ovejas jóvenes murió iniciando una seguidilla de cinco más, sin que Antonio pudiera hacer nada. El rebaño comenzó a menguar y Antonio, impotente, bajó rápidamente al pueblo en busca de la medicación necesaria, se estaba quedando sin rebaño. Entró como el viento en el consultorio del veterinario y se asesoró con él, describió los síntomas de los animales y le contó que incluso algunos de los animales preñados perdían a sus crías antes de que estas nazcan. El veterinario le indicó que debía quemar los cuerpos de los animales muertos ya que el fuego impediría que los que estaban vivos aún se contagiaran. Cómo pueden los muertos contagiar a los vivos, preguntó, y el veterinario explicó que cuando las aves de rapiña comen los restos de los animales muertos, diseminan la enfermedad por todos lados. No coman su carne ni beban su leche.
En medio de una tormenta de nieve Antonio apresuró el paso, pero a mitad de camino no pudo continuar por la ferocidad del viento y tuvo que guarecerse en uno de los refugios de la montaña. Cobijado allí, mientras afuera la nieve era una cortina interminable, lo invadió la idea de Eugenia y Estrella solas, a merced de la peste, la leche venenosa servida en la mesa de la cabaña. Intentó continuar su camino pero la nieve caía persistentemente, dudó por un momento y finalmente comenzó a caminar alejándose del refugio. No pudo recorrer más que una decena de pasos y tuvo que volver sobre sus huellas.  La tormenta duró lo que quedó del día y al amanecer del día siguiente el cielo estaba enfáticamente despejado. Se puso en marcha y recorrió con dificultad el camino que lo separaba de su hija y su nieta; la nieve nueva y blanda se abría a cada paso hundiendo los pies de Antonio casi hasta las rodillas. Pasando por una casa abandonada semidestruida, se detuvo para arrancar una de las tablas de los restos de una celosía, la partió e improvisó un par de raquetas que ató a la planta de sus pies. Con el calzado implementado de esta manera prosiguió su camino apresurando el paso.
En medio del paisaje nevado, se meneaba con movimientos de pato, con inusual agilidad. Su aliento agitado salía por su boca formando una zigzaguearte columna de vapor. En cuanto su casa apareció en el horizonte ondeante apresuró la marcha. Llegó frente a la puerta, entró y vio a Eugenia tirada en el piso y ardiendo de fiebre mientras que Estrella gateaba cerca de ella. La recostó en la catrera y le puso en la frente unos paños enfriados con agua de nieve, para intentar bajarle la temperatura. Calentó algo de agua y lavó con ella a Estrella, luego le puso ropa limpia, le dio de comer y cuando estuvo dormida volvió a poner paños fríos en la cabeza de Eugenia. Salió inmediatamente de la cabaña y quemó los cuerpos de los animales muertos. No pasó mucho tiempo para que Antonio relacionara la muerte de sus ovejas con la fiebre de su hija y conoció el tuvo miedo. Tuvo miedo de quedarse solo. Siempre había actuado frente a los diversos avatares de la vida como si un instinto le indicara lo que debía hacer, pero esta vez estaba desconcertado.
Los siguientes días la fiebre de Eugenia fue disminuyendo milagrosamente y en el momento en el que todo volvía a la normalidad la fiebre retornó tan ardiente como al principio. Antonio debió hervir la leche de las ovejas para alimentar a Estrella, como se lo habían indicado en el pueblo, pero pronto no quedó ninguna oveja. La temperatura de su hija subía de manera alarmante y cuando todo parecía perdido volvía a normalizarse. De esta forma iba y venía azarosamente, hasta que un día ya no volvió a irse y las condiciones físicas de Eugenia se deterioraron. La octava noche mientras Antonio cambiaba las ropas empapadas por el sudor de su hija notó su alarmante enflaquecimiento.

El físico privilegiado y robusto que la caracterizaba había desaparecido para dar lugar a una continuidad de costillas. La presencia de la muerte se hizo notar en los huesos de ella. Los dolores de cabeza se hicieron frecuentes y las noches indormibles. La debilidad le imposibilitaba los movimientos básicos y para trasladarse de un lugar a otro necesitaba del apoyo de Antonio.

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