viernes, 24 de mayo de 2013

LA MONTAÑA Y EL RÍO (parte 13)


 Cuando el sol comenzó a corroer las sombras que las montañas proyectaban sobre el valle, ella se levantó y salió a buscar una oveja. Eligió una de las más tiernas entre las que estaban en condiciones de ser carneadas y con un cuchillo de hoja corta y filosa le abrió el cuello. Su padre le había enseñado a preparar cecina de oveja así como el padre de éste se lo había enseñado a él en Andalucía, al igual que el padre de su padre desde tiempos incontables, del mismo modo que todos sus ancestros, pastores trashumantes. Eugenia deshuesó al animal con destreza dejándolo de una pieza entera, luego le quito el sebo de los riñones, lo cortó en tiras longitudinales y roció completamente cada trozo con abundante sal gruesa, enrollando cada uno y cubriendo todo con más sal. Debía dejar la carne así preparada hasta el día siguiente pero por la noche separó una parte para guisar en la cena. Sirvió esa carne como una ofrenda, como una ofrenda sacrificial.
La sobremesa llegó como la noche anterior. Cuando Antonio volvió a dormirse irremediablemente, ella se sentó en el borde de la mesa con un movimiento solemne y ofrendándose de la misma manera sacrificial que fuera servida la cena, ansiando el glorioso momento en el que su existencia se materializaría en contraposición y complementariedad gozosa con otro cuerpo. Cada una de las noches de la semana que siguió mientras ella rogaba que la tormenta fuera eterna, se repitió casi igual, el culto del placer. Pero la nieve cedió, la carne de la oveja terminó de secarse a tiempo para que el visitante de la casa y de su cuerpo pudiera llevarse en el zurrón una provisión suficiente para alimentarse en su viaje y ella asistió a la partida desde el frente de la casa.
Él caminó con lentitud, la casa desapareció detrás de la primera lomada y apareció más pequeña tras la segunda y siguió empequeñeciéndose hasta perderse definitivamente detrás de uno de los pliegues montañosos. Sus pasos pesaban por la acumulación de nieve a la que se le sumaba el remordimiento de dejar a la niña mujer con su viejo alcohólico. Tuvo el impulso de volver por ella pero no fue suficiente impulso como para hacerlo y siguió su camino. Que Eugenia haya quedado encinta era posible esperable y efectivamente doscientos ochenta noches más tarde nacería Estrella.

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