Cuando el sol comenzó a corroer las sombras que las montañas
proyectaban sobre el valle, ella se levantó y salió a buscar una
oveja. Eligió una de las más tiernas entre las que estaban en
condiciones de ser carneadas y con un cuchillo de hoja corta y filosa
le abrió el cuello. Su padre le había enseñado a preparar cecina
de oveja así como el padre de éste se lo había enseñado a él en
Andalucía, al igual que el padre de su padre desde tiempos
incontables, del mismo modo que todos sus ancestros, pastores
trashumantes. Eugenia deshuesó al animal con destreza dejándolo de
una pieza entera, luego le quito el sebo de los riñones, lo cortó
en tiras longitudinales y roció completamente cada trozo con
abundante sal gruesa, enrollando cada uno y cubriendo todo con más
sal. Debía dejar la carne así preparada hasta el día siguiente
pero por la noche separó una parte para guisar en la cena. Sirvió
esa carne como una ofrenda, como una ofrenda sacrificial.
La
sobremesa llegó como la noche anterior. Cuando Antonio volvió a
dormirse irremediablemente, ella
se sentó en el borde de la mesa con un
movimiento solemne y ofrendándose de la misma manera sacrificial que
fuera servida la cena, ansiando el glorioso momento en el que su
existencia se materializaría en contraposición y complementariedad
gozosa con otro cuerpo. Cada una de las noches de la semana que
siguió mientras ella rogaba que la tormenta fuera eterna, se repitió
casi igual, el culto del placer. Pero la nieve cedió, la carne
de la oveja terminó de secarse a tiempo para que el visitante de la
casa y de su cuerpo pudiera llevarse en el zurrón una provisión
suficiente para alimentarse en su viaje y ella asistió a la partida
desde el frente de la casa.
Él caminó con lentitud, la casa desapareció detrás de la
primera lomada y apareció más pequeña tras la segunda y siguió
empequeñeciéndose hasta perderse definitivamente detrás de uno de
los pliegues montañosos. Sus pasos pesaban por la acumulación de
nieve a la que se le sumaba el remordimiento de dejar a la niña
mujer con su viejo alcohólico. Tuvo el impulso de volver por ella
pero no fue suficiente impulso como para hacerlo y siguió su camino.
Que Eugenia haya quedado encinta era posible esperable y
efectivamente doscientos ochenta noches más tarde nacería Estrella.
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