viernes, 25 de enero de 2013

BOSQUE Y MAR


En estos últimos años renuncié al mar. Sus playas superpobladas, el sol impiadoso y las noches con obligaciones consumistas me expulsaron de la costa. Ahora suelo ir a una pequeña casa en la sierra, que está emplazada en medio de un abarrotamiento de árboles, aloes, y diversas plantas al que llamo, cariñosamente, bosquecito. El pequeño bosque acompaña mi estado de ánimo de manera empática. Cuando estoy cansado, el viento pasea entre su ramaje pesadamente y los pájaros emiten sonidos quejumbrosos, cuando estoy más alegre, en cambio, la brisa corre fresca y los pájaros cambian su repertorio por cantos aflautados y breves carcajadas.
Hoy amanecí pensando en el mar. Si algo extraño es su sonido. Ese bramido creciente y decreciente de la espuma golpeando sobre la arena y las rocas. Ese murmullo que paulatinamente se hace majestuoso para luego casi desaparecer.
El bosque intuye, los pájaros callan y las hojas permanecen estáticas en sus tallos. El bosque nunca conocerá el mar, sus raíces lo mantienen preso de la montaña y el mar nunca llegará a la cumbre. Pero el bosque sabe, alguna vez emergió de ese fondo salado y luego el agua no dejó de ir y venir del mar al río y del río al mar. El bosque sabe porque guarda el recuerdo en la memoria del agua.
El viento se oye a lo lejos, es un murmullo vegetal, cierro los ojos, se acerca de una copa a otra haciéndose gigante cuando llega sobre mí desde el oeste y luego sigue alejándose hacia el este y vuelve a hacerse pequeño hasta desaparecer en la lejanía. Es el sonido del mar en su versión estereofónica.
Abro los ojos y digo gracias, entonces los pájaros cantan otra vez orgullosos como flautas.

1 comentario:

La lectora dijo...

Podrías regar el bosque con agua salada a ver qué pasa. Puede ocurrir que los pájaros se transformen en gaviotas.