miércoles, 9 de enero de 2013

LEÍA


Leía bajo un sauce, dentro del dibujo oscuro de su sombra campesina. Sus primeras lecturas fueron obligadas por su padre. Primero Charles Dickens y después Jack London, no consiguieron más que un incipiente interés que consistía más en agradar a su padre que en el verdadero placer por la lectura.
Leía sentado en el cordón de la vereda como a orillas de un río, en la calle Nogoyá, mientras un techo celeste de jacarandás abrazaba el perfume de los tilos de Villa del Parque. Emilio Salgari, Julio Verne. Fue ahí, La Vuelta Al Mundo En Ochenta Días, donde las palabras fueron mutando hasta formar animales exóticos que salían de las páginas, entre las tapas amarillas de la colección Robin Hood.
Leía recostado en su cama, acurrucado junto al velador. Las palabras y las letras desaparecían y en su lugar tropillas de potros salvajes galopaban y perros siberianos tiraban de trineos y el espacio en su habitación daba paso a infinitos universos, más infinitos que la propia infinitud del universo, que como ya se sabe no es infinito.
El sueño llegaba y él se resistía, iba al baño para mojarse la cara y volver a la pradera donde un hombre corría desnudo junto a su caballo salvaje, salvaje el caballo, salvaje el hombre y salvaje él leyendo en la pradera en la que Ray Bradbury con una máquina de escribir fabricaba mundos maravillosos. Hasta que su padre llegaba para exigirle que apagara la luz para dormir.
Leía en los recreos y en las clases con el libro escondido debajo del pupitre, no se copiaba, ni siquiera sabía que había prueba. Leía mientras caminaba desde la escuela hasta su casa, bajo la luz amarilla que se colaba entre las ramas de los árboles del otoño, entre hojas de una vereda crujiente.
Leía sin darse cuenta, sólo veía caballos galopando poderosos, oía el sonido rítmico de los cascos sobre el papel y crines formando arabescos tan árabes como el corcel.
Leía y cuando levantaba la vista el mundo era distinto, porque había leído y quien supo leer, cierra el libro y sigue leyendo.

3 comentarios:

Viejex dijo...

No puedo agregar nada a este artículo. Me hizo recordar mucho mi propia experiencia. Con menos caballos en mis lecturas y más naves espaciales, pero lo fundamental es que yo también al levantar la vista veía al mundo distinto.

Abrazos, Darío.
Feliz 2013.

P/D: Leí el artículo anterior, gracias por los créditos. Que se sabe de Sampedro?

Dario Kullock dijo...

No sé nada de él últimamente, además de que se está estrenando en la empresa de ser padre primerizo y que tal vez ande trepándose a alguna montaña, hace rato que no aparece por acá.

La lectora dijo...

Podría leer también mientras galopa. Habría que llevarlo a andar a caballo a ese chico, leyendo.
Si llega a hacer eso, por favor, sáquele una foto para la lectora.