Hace unos días vi el cartel y pensé que alguien lo había puesto ahí para mí. Lo pusieron frente a mi puerta. Ahora pienso que tal vez haya estado allí desde hace tiempo pero por esas cosas de la confluencia de hechos fortuitos se me hizo visible: “COMPRO FANTASÍAS ANTIGUAS”.
La fantasía puede ser antigua pero no usada porque en cuanto se ejecuta deja de ser fantasía. Pienso que en algún momento se transforma en otra fantasía o es remplazada por otra, de manera que la antigua queda abandonada u olvidada.
En mi caso se trata de una antigua fantasía de revolución socialista que dejé sin usar para poder adquirir una flamante fantasía de “capitalismo bueno”. Se trata de una fantasía en la que el capitalismo resuelve los problemas de la gente convirtiendo a esta sociedad en justa e igualitaria, algo así como un “capitalismo libertario”. Es una fantasía más cómoda, portátil y fácil de llevar a todos lados. No te hace quedar mal con los que te rodean, tiene menos riesgos y contraindicaciones ya que, al contario de la antigua, no exige que arriesgues tu vida o la de tus seres queridos, no tiene efectos secundarios tales como el exilio, la cárcel o la desaparición. Es políticamente correcta porque defendiendo el orden establecido pero igual me siento un militante revolucionario.
Me presenté en el mostrador de la calle Hipólito Yrigoyen. El hombre, un anciano de edad incalculable hablaba por teléfono, un aparato de bronce a manivela. Me indicó con un gesto que en cuanto terminara de hablar estaría conmigo. Me puse a recorrer el local, parecía una antigua botica, muebles pequeños con vitrinas de madera gastada. Una colección de fantasías de diversos tipos. Fantasías de riquezas, éxito, lujuria. Se acumulaban unas contra otras confundidas entre sí de tal manera que era difícil distinguir unas de otras. Alguna fantasía de tener el cuerpo perfecto, otra de escribir una novela notable, una fantasía de crear un invento revolucionario, de Premio Nobel de Física…
- Buen día- oí.
- Buen día, tengo una fantasía de revolución socialista mundial que hace mucho que no uso.
- Me asombra que quiera dejármela, pero bueno… allá usted.
- Sí, es difícil dejarla. En la última década la puse a funcionar intermitentemente pero ya hace mucho que la tengo como olvidada y usted sabe, es como esas cosas que uno piensa que en algún momento será útil pero el tiempo pasa y no hace más que ocupar lugar, estorba.
- Piénselo bien, no vaya a ser que venga mañana y la quiera de vuelta. Le saldría más cara. Ya sabe lo que pasa a veces, justo cuando uno se saca algo de encima, resulta que descubre que le hace falta.
- ¿No la quiere?- Pregunté con la esperanza de llevármela de vuelta, ya que aunque quería sacármela de encima, al mismo tiempo estaba encariñado con ella.
- No se trata de eso, hay fantasías fáciles de conseguir, por ejemplo la de ser famoso que en esta época de obsolescencia programada es de corta duración y hasta dañina, diría yo. Pero que sé yo de eso. Todas las fantasías que tengo fueron construidas por otros. Ya ve, colecciono fantasías ajenas y aunque no sean originalmente propias, estoy lleno de ellas.
- Me hace dudar. Recuerdo cuando compartía mi fantasía con un montón de otra gente. Ahora no sé si dejársela.
- Lo bien que hace. Yo quiero obtener su fantasía pero de buena fe. Mire, hagamos algo, piénselo un tiempo y si resulta que en verdad no la va a necesitar vuelva y yo se la compro.
Me fui con mi fantasía a cuestas, creo que la voy a guardar durante algún tiempo. Quien sabe, tal vez un día deba abandonar mi fantasía de “capitalismo libertario” que ahora está tan de moda en todos lados y la necesite.
4 comentarios:
Mencantó :-)
Aguardo los próximos cuentos sobre carteles.
¿Ya viste tu texto a inicios de enero, en el blog de la lectora? ¿Y viste la fantástica coincidencia...?
Besos.
Hermosa coincidencia. En ese momento estaba con dificultades de conexión y no pude hacer ningún comentario. Felicitaciones
:-)
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