miércoles, 5 de junio de 2013

LA MONTAÑA Y EL RÍO (parte 18)

El hombre buscaba en su mente nuevas historias mientras una hendija de la pared silbaba insistentemente aumentando y disminuyendo la intensidad al son de los caprichos del viento. Ella, sentada frente a él tenía sus ojos expectantes y fijos. Con la cabeza apoyada sobre las manos, acodada en la mesa y con el brillo oscilante de la llama sobre su cara. Aguardaba la nueva historia que volvería a llevarla a esos lugares mágicos donde las cosas más maravillosas sucedían. Ansiaba viajar nuevamente montada en el relato de ese hombre como sobre el lomo de un pájaro de fuego. Finalmente  él hizo un gesto que daba a entender que se entregaba vencido por las debilidades de su memoria. “Voy a tener que leerte.” Voy a tener que leerte, resonaron las palabras en su pequeña cabecita revuelta. Va a tener que leerme, se repitió ella sin decir una palabra y sin saber lo que aquello significaba.
Fue hasta el trineo y levantó la manta. Sacó un morral de un él extrajo un extraño objeto de caras rectangulares. Lo abrió al medio y comenzó a mirar pensativo los dibujos que contenía. Estrella, que desde donde estaba no podía ver con claridad, franqueó la mesa, irresistiblemente atraída, no tanto por los dibujos como por la actitud del visitante ensimismado entre esas páginas. Se acercó hasta quedar su lado. Encantada por esos garabatos que se encadenaban horizontalmente cruzando la superficie desplegada y blanca de esa caja asombrosa.
Entonces él comenzó a contar una historia mientras pasaba su grueso dedo sobre esos símbolos. Absorbía por la punta del dedo, el alma de ese papel, subiendo por el brazo y convirtiéndose en maravillosa historia por su boca, que iba pronunciando palabra tras palabra. Era un suceso mágico que le recordaba a su abuelo absorbiendo el tabaco encendido de su pipa y armando formas de humo en el aire. Este hombre inhalaba con su dedo la esencia que anidaba en los signos y lanzaba al aire bocanadas de personajes, conejos que hablaban, una niña que se hacía pequeña y se metía en una madriguera, un sombrerero loco y una galería aparentemente interminable de historias y lugares increíbles que sin embargo ella creía sin vacilar. La historia de Alicia la tuvo en vilo durante varias noches y el día se convirtió en una larga espera entre noche y noche.
Había una fascinación que iba desde el paseo por los diferentes capítulos a ese dedo, que como una pequeña vara de nigromante, transformaba en relato los trazos sobre el papel. La mesa fue habitada sucesivamente por Peter Pan, personajes de Las mil y una noches, un pez gigante llamado Moby Dick y un capitán ballenero terco y suicida , la tripulación de un globo aerostático que realizaba fantásticos viajes a lo largo de 5 semanas, una nave que se separaba de la tierra para aterrizar directamente en la luna, etc.

Un día él escribió sobre un papel una palabra, se sentó junto a ella, pasó el dedo sobre las letras mientras repitió varias veces “Estrella”. 

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