La muchachita sentada sobre su valija de cuero se transformó con el
correr de las nieves en una muchacha de dieciséis años que
aparentaba bastantes más gracias a sus piernas largas y su espalda
desarrollada con el esfuerzo del trabajo doméstico. Tenía una
sensualidad salvaje, espontánea y aún inocente. Casi no usaba las
palabras, su padre era de pocas, sólo las necesarias para
comunicarse con los visitantes y para comerciar en el pueblo ya que
entre ellos dos los ojos y las manos eran suficientes para lo que
tenían para decirse. La mayor parte de su diálogo se remitía a los
quehaceres cotidianos. Habían desarrollado un sistema de
comunicación pragmático, útil para la supervivencia.
lunes, 20 de mayo de 2013
LA MONTAÑA Y EL RÍO (parte 11)
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