Querido diario:
Hoy a la mañana desayuné. Qué
alivio. Comí hasta reventar, ya no me importa ser un huevo revuelto o una
tostada con manteca.
Tanto comí que no podía ni
moverme para levantar la mesa y lavar lo que había ensuciado. Me ordené hacer
el trabajo pero no me obedecí. Me revelé a mi mismo. Si yo, el amo estaba lo
más campante tirado en el sillón, también yo, el esclavo, tenía derecho a
hacerlo. No por ser esclavo mío dejo de ser una persona. No voy a tolerar ningún
abuso de poder de mi parte y tampoco toleraré mis insubordinaciones. Qué me creo que soy, me
dije. Lo mismo digo me contesté.
Así terminó mi pasaje fugaz por
la esclavitud. No es que tenga nada contra los esclavos. Si a ellos les gusta,
allá ellos. No pienso dejarme explotar por mí mismo.
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