El cuento que sigue fue escrito escrito originalmente para el blogg "La lectora en la ciudad". En él Anahí Flores pone a pasear a una lectora por diversos lugares de la ciudad, acompaña los textos con hermosas imágenes fotográficas. Recomiendo dejarse llevar por la lectora en sus distintos espacios.
La nave sigue su trayectoria inequívoca como inequívocos fueron los cálculos de la computadora central de la Tierra.
Ana controla el funcionamiento de los sensores de presión, temperatura y humedad de la cabina. Todo fue previsto para que descienda automáticamente sobre ese planeta que será la salvación de la humanidad. Todo menos una única maniobra manual que deberá hacer Ana en el momento oportuno.
La tecnología avanzó, tal vez más rápido que lo que el hombre tardó en adaptarse a ella. Por eso mientras la Tierra exhala sus últimos suspiros, Ana se dirige a otro planeta como un pájaro huérfano va hacia un nido prestado.
Todo funciona bien, se acerca al sol según lo previsto. Ana sólo tiene que estar atenta para accionar los cohetes que la lancen más allá de la órbita solar.
Algunas costumbres fueron remplazadas por otras, los libros por ejemplo. Hace decenas de años que no se fabrica papel, por la escasez de árboles y por el auge de los libros virtuales.
Sin embrago Ana conserva como un tesoro antiguo un libro que lee y relee; pasando sus páginas secas con la yema de los dedos por la superficie áspera, oye el sonido y huele el aroma amarillo del papel viejo. Disfruta de la lectura "a la antigua" con un placer ancestral que sobrevive a la velocidad acelerada de la lectura virtual.
"El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha". La nave viaja por el espacio y ella por los campos manchegos. Quijano lee hasta la locura y Ana lee con Quijano mientras desde la ventana redonda de su habitación voladora entra el brillo de las estrellas.
En pocas horas tendrá que presionar el botón para que la nave no sea aprisionada por el sol. El andante caballero de la brillante armadura arremete contra los molinos de viento y la nave se acerca a la órbita incandescente del sol. Ana deberá interrumpir en algunos instantes la carrera de Rocinante para accionar los controles y asegurar el futuro de la humanidad. Observa la luz del tablero pidiéndole que se prepare y vuelve al molino. "...y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo". La nave sigue avanzando hacia la estrella solar, la temperatura comienza a subir y Sancho insiste con "que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza..." Una sirena suena para despabilar a Ana. "Despabilar", piensa Ana, y tiene una imagen fugaz de Quijano escribiendo al pabilo de una vela. Don Quijote hace oídos sordos a las advertencias de Sancho y Ana está tan lejos que no escucha a su escudero.
La nave se pone al rojo vivo, Rocinante sigue rodando sobre la pradera y el hidalgo caballero gira maltrecho atrapado por los brazos del gigante que según Sancho son las aspas del molino, y los metales se mezclan con los plásticos mientras el jinete que sale disparado y licuado por el calor se dirige al centro de la órbita para formar parte de esa estrella candente junto con Ana, con los gigantes y con Sancho, que insiste en vano por última vez con su bruta cantilena de hombre sencillo, tratando de convencer a Ana de que no son otra cosa que molinos de viento.
La nave sigue su trayectoria inequívoca como inequívocos fueron los cálculos de la computadora central de la Tierra.
Ana controla el funcionamiento de los sensores de presión, temperatura y humedad de la cabina. Todo fue previsto para que descienda automáticamente sobre ese planeta que será la salvación de la humanidad. Todo menos una única maniobra manual que deberá hacer Ana en el momento oportuno.
La tecnología avanzó, tal vez más rápido que lo que el hombre tardó en adaptarse a ella. Por eso mientras la Tierra exhala sus últimos suspiros, Ana se dirige a otro planeta como un pájaro huérfano va hacia un nido prestado.
Todo funciona bien, se acerca al sol según lo previsto. Ana sólo tiene que estar atenta para accionar los cohetes que la lancen más allá de la órbita solar.
Algunas costumbres fueron remplazadas por otras, los libros por ejemplo. Hace decenas de años que no se fabrica papel, por la escasez de árboles y por el auge de los libros virtuales.
Sin embrago Ana conserva como un tesoro antiguo un libro que lee y relee; pasando sus páginas secas con la yema de los dedos por la superficie áspera, oye el sonido y huele el aroma amarillo del papel viejo. Disfruta de la lectura "a la antigua" con un placer ancestral que sobrevive a la velocidad acelerada de la lectura virtual.
"El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha". La nave viaja por el espacio y ella por los campos manchegos. Quijano lee hasta la locura y Ana lee con Quijano mientras desde la ventana redonda de su habitación voladora entra el brillo de las estrellas.
En pocas horas tendrá que presionar el botón para que la nave no sea aprisionada por el sol. El andante caballero de la brillante armadura arremete contra los molinos de viento y la nave se acerca a la órbita incandescente del sol. Ana deberá interrumpir en algunos instantes la carrera de Rocinante para accionar los controles y asegurar el futuro de la humanidad. Observa la luz del tablero pidiéndole que se prepare y vuelve al molino. "...y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante, y embistió con el primer molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo". La nave sigue avanzando hacia la estrella solar, la temperatura comienza a subir y Sancho insiste con "que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no los podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza..." Una sirena suena para despabilar a Ana. "Despabilar", piensa Ana, y tiene una imagen fugaz de Quijano escribiendo al pabilo de una vela. Don Quijote hace oídos sordos a las advertencias de Sancho y Ana está tan lejos que no escucha a su escudero.
La nave se pone al rojo vivo, Rocinante sigue rodando sobre la pradera y el hidalgo caballero gira maltrecho atrapado por los brazos del gigante que según Sancho son las aspas del molino, y los metales se mezclan con los plásticos mientras el jinete que sale disparado y licuado por el calor se dirige al centro de la órbita para formar parte de esa estrella candente junto con Ana, con los gigantes y con Sancho, que insiste en vano por última vez con su bruta cantilena de hombre sencillo, tratando de convencer a Ana de que no son otra cosa que molinos de viento.
3 comentarios:
Recomendado por la lectora llegue. para leer este ingenioso relato.
Desde una habitacion en la joven Buenos Aires te dejo un fuerte abrazo
Darío, qué honor es para mí estar adentro de un relato tuyo!
Gracias por prestarme la nave y los molinos.
Saludos,
La lectora :)
ahora te sigo, y ademas te puse en la lista de los blogs que me encantan!!!!!!!!!!
Publicar un comentario