martes, 11 de mayo de 2010

DESVENTURAS DE UN HOMBRE LÓGICO (TERCERA PARTE)

Vivir mejor

Volví a Buenos Aires y recorrí las calles en busca de una inmobiliaria para alquilar una casita cerca del mar. Di con una que ostentaba un cartel con la foto de los dueños y una leyenda que pregonaba “Cada nuevo cliente es una nuevo amigo”. Sin dudar atravesé la puerta confiado, un amigo nunca se aprovecharía de mí. “Si uno no puede confiar en los amigos entonces no puede confiar en nadie”, pensé.
Fui atendido por el señor de la foto. Estrechó mi mano, me invitó a sentarme al escritorio y luego me convidó con un café. Se mostró muy amistoso, lo que me pareció muy lógico para alguien que quería ser mi amigo.
Relaté a Rodolfo, mi nuevo amigo, cuáles eran mis necesidades y me mostró una foto de una cabaña en un bosque de pinos; debajo de la foto una epígrafe decía “Ideal lugar, tranquilo, agreste e inmejorable. Para los amantes del mar, a sólo dos cuadras de la playa”.
El precio del alquiler me pareció elevado pero no dije nada ya que no quería iniciar una controversia con mi nuevo amigo ni arruinar una amistad por culpa del mugroso dinero. Firmé los papeles necesarios y partí a tomar posesión de la casa.
Tardé casi quince días en acostumbrarme a vivir sin agua corriente, gas, teléfono ni electricidad. En un principio recuerdo que volví a pensar que el precio era excesivo para un lugar que además contaba con tan pocas comodidades, pero enseguida me di cuenta que ese tipo de lugares agrestes debía ser muy solicitado por la gente que viene escapando de la civilización. Esa era posiblemente la causa del costo. Teniendo esto en cuenta rectifiqué mi pensamiento y comprendí que el precio que mi amigo de la inmobiliaria me había conseguido era una verdadera ganga.
Me acostumbré a bombear a mano el agua y luego calentarla con leña en una enorme olla para poder bañarme o para cocinar lo que compraba en el almacén. El almacén estaba a treinta y cinco cuadras y para llegar tenía que ir caminando. Aprovechaba la luz del día para leer algunos libros. Algunas veces iba a un pequeño pueblo cercano a buscar alguna herramienta o mantas para soportar el invierno. Eran pobladores muy risueños y siempre parecían alegrarse cuando yo los visitaba. Me señalaban con el dedo cuando me veían llegar desde lejos y reían a carcajadas de puro placer de verme otra vez y hacían lo mismo cuando me retiraba. Sus risas se iban apagando a medida que me alejaba tras la promesa de volver a verlos pronto.
Con los primeros soles de la primavera sentí deseos de ir al mar. Al principio no salía de mi asombro, caminé más de veinte cuadras hasta que llegué a la playa. Volví indignado a la casa, dejé mis cosas y fui directo al único teléfono que había en el pueblo para llamar a Rodolfo:
- Hola, ¿Rodolfo?
- Sí, ¿quién habla?
- Marcelo, de la casa de la playa- dije.
Hubo un largo silencio hasta que finalmente contestó.
- ¡Ah! ¿Cómo anda amigo? ¿Cómo encontró todo? ¿En qué puedo ayudarlo?
Me quedé por un momento desorientado, me había hecho tres preguntas y no sabía cuál contestar primero. Decidí contestar sólo la última porque me estaba quedando sin monedas.
- Hay un inconveniente con la distancia que va desde la casa hasta el mar. Usted me mostró un papel donde decía que había dos cuadras pero resulta que hoy fui y caminé más de veinte. Me siento engañado.- le dije.
- ¿Usted es amante del mar?- preguntó Rodolfo.
- No precisamente, pero cuando voy a la playa prefiero no caminar tanto, no sé si me entiende. ¿Por qué me lo pregunta?
- Amigo, el papel que yo le mostré, no se si lo recuerda, decía claramente “Para los amantes del mar, a sólo dos cuadras de la playa”. Si usted no es amante del mar, sólo Dios sabe cuántas cuadras deberá caminar. Debería sentirse afortunado de que sean poco más de veinte ¿entiende? Dos cuadras para los amantes y usted me dice ahora que no es amante del mar, debería habérmelo dicho antes, hombre.- dijo Rodolfo
Ese argumento desarticuló mi enojo. ¿Cómo pude haber olvidado ese detalle? Ahora estaba todo más que claro, resultaba obvio que no era tan amante del mar como para que este quede a sólo dos cuadras y para peor me sentí culpable ¿Cómo pude haber dudado de la amistad de Rodolfo? Le pedí disculpas y para resarcirlo por el mal momento lo invité a pasar unos días en mi casa. Yo me haría cargo de los gastos de viaje y alojamiento y ya que él sí era amante del mar podría ir caminando dos cuadras hasta la playa. Tal vez si lo acompañaba yo podría también caminar dos cuadras.
Acordamos los detalles y le envié por correo dinero para que pudiera llegar sin inconvenientes. Aún recuerdo que en el correo, los empleados, festejaron con carcajadas de alegría la excelente idea y me aseguraron que se encargarían de que el dinero llegara a destino. “Nosotros nos encargamos” decían repetidamente.
Esperé a Rodolfo durante varias semanas pero nunca llegó. Fui nuevamente al pueblo con el presentimiento de que algo malo le había pasado y volví a llamar por teléfono a la inmobiliaria pero no atendió nadie durante todo el día ni tampoco en los siguientes siete días hasta que tuve que abandonar la casa a la fuerza ya que un hombre acompañado por el comisario del pueblo me gritaba “usurpador”. Al irme pasé a despedirme de los habitantes del pueblo que estaban reunidos en la taberna. El golpe de mi despedida debe haber sido muy fuerte ya que lloraban de la emoción al tiempo que reían histéricamente golpeando el mostrador.
Así concluyeron mis largas vacaciones.

2 comentarios:

Malvino dijo...

jaja muy bueno

lástima que ahora sea tan fácil perder la inocencia

La lectora dijo...

Tal vez el de la inmobiliaria quiso decir dos cuadras de campo?