jueves, 29 de abril de 2010

DESVENTURAS DE UN HOMBRE LÓGICO (SEGUNDA PARTE)

Vivir más

Vencida la frustración de no poder comprobar por el momento la pregunta que me llevaría a vivir eternamente, quedaba, al menos, la posibilidad de vivir la mayor cantidad de años posibles, tal vez ciento ochenta o doscientos años como algunas personas que aparecen en los relatos bíblicos. Me dirigí a la biblioteca nacional y durante varias jornadas consulte libros y publicaciones. Encontré en una revista de la UNESCO de septiembre de 2004 una nota sobre un hombre, Tombuctú, de 120 años que vivía solo en una montaña, cerca del Kilimanjaro. Era el único habitante en kilómetros a la redonda. En la nota detallaban su dieta alimenticia y otros hábitos del anciano, que no se diferenciaban sustancialmente de los nuestros.
Llegué a la conclusión de que algo en la zona o en su clima eran factores determinantes para la longevidad, y luego de un riguroso razonamiento concluí que la expectativa de vida en los hombres del lugar era de 120 años e iba en aumento puesto que:
a) Por ser un humano vivo lo más probable es que muera.
b) Cuando muera tendrá por lo menos ciento veinte años.
c) Tombuctú es el único habitante, por lo tanto la expectativa de vida en el lugar, cuando este muera, será de ciento veinte dividido uno, es decir ciento veinte, con una tendencia a superarse en la medida que el anciano no muera.
No encontré ninguna referencia a las expectativas de vida en las mujeres pero adjudiqué esta falta de información a la inexistencia de mujeres en esa zona del planeta. Saqué sin pérdida de tiempo un pasaje hacia allí. Una vez que llegué me declaré residente con el objetivo de gozar del beneficio de la longevidad que las estadísticas prometían.
Lamentablemente, unos meses después un muchacho que intentaba sumarse a la lista de lugareños atropelló al anciano de ciento veinte años. Era un adolescente inexperto e imprudente que contaba con apenas 18 años y falleció instantáneamente al igual que el anciano (y según la conclusión a la que ya había arribado los dos seguirían así probablemente para siempre) pero de todas maneras el anciano podía darse por satisfecho ya que había superado muy holgadamente la nueva expectativa de vida del lugar, que con la muerte del joven conductor se había reducido a (en ese momento saqué mi libreta de anotaciones para hacer la cuenta) 120+18=138 y 138:2=69 sesenta y nueve años.
La drástica disminución de las expectativas de vida, más el alto índice de muertes por accidentes de tránsito que según la última estadística que yo había hecho indicaba que dos de cada tres habitantes morían en este tipo de accidentes convertían al lugar en el sitio más inseguro del planeta. Dejé el lugar inmediatamente en busca de otros más seguros. Abandoné la idea de vivir muchos años y busqué un objetivo más modesto: vivir algún tiempo en un lugar tranquilo sin la invasión de ruidos molestos, alejado de la ciudad.

1 comentario:

La lectora dijo...

Las estadísticas son una gran cosa.
Qué sería de nosotros sin ellas!

Un secreto no tan secreto para ampliar el tiempo de vida, es leer: en un viaje en colectivo podés vivir décadas o siglos condensados en una novela corta que entre entre, digamos, pilar y el microcentro.