miércoles, 7 de abril de 2010

MARCHA

Lo vi en medio de la marcha por la memoria. Hace como siete años que no lo veo. No estoy seguro que sea él, está muy diferente, envejecido; se sacó la barba y tiene el pelo corto. Me miró pero no me reconoció. Tal vez yo también estoy más cambiado de lo que creo. Más viejo, más gordo, más pelado.
Fuimos mejores amigos desde la secundaria. Me acuerdo el primer día, cuando nos conocimos. Fue en el patio del colegio, yo comía un pebete de jamón y queso que había comprado en el bufette. Él se acercó y me dijo: “¿Me das la mitad?”. No es que yo fuera egoísta pero me pidió la mitad, no un pedazo, no un poco, la mitad y encima no lo conocía. Le dije que no con indiferencia y le pegué un mordisco al pan. Me miró asombrado como si no quisiera devolverle algo que le pertenecía “¿No me vas a dar en serio?”, “No te conozco ¿por qué te voy a dar la mitad?” le dije y me fui.
Ahora me parece que me está mirando, me reconoce. No, falsa alarma. Está hablando con otra persona, el que sostiene la pancarta. No sé donde se habrá metido todo este tiempo. En las marchas anteriores no me lo había cruzado y eso que me encuentro siempre con la misma gente. No me pregunten cómo pero a los viejos conocidos que nunca veo durante el año me los encuentro en medio de esta muchedumbre todos los 24 de marzo. Algunos son como esos compañeros de colectivo que todas las mañanas viajan con migo, son amigos de viaje, bueno estos son amigos de marcha por unos breves momentos al año compartimos esto. No esperamos más que esto, no un café ni un partido de fútbol. Pero a él hace siete años que no lo veo y eso que yo no falté nunca. Lo busqué por internet y nada, los amigos no sabían nada.
No. Creí que venía hacia mí pero no ¿será? Siempre lo busco en las marchas.
Cuando éramos chicos él dormía en casa o yo en la de él. A veces nos pasábamos la noche caminando por la avenida Córdoba desde Callao hasta Jorge Newbery ida y vuelta una y otra vez hasta que salía el sol. Entonces nos afanábamos un yogur de los cajones que dejaban los repartidores en la puerta del almacén antes de que abra y lo mismo hacíamos con las facturas. Era una costumbre sana, ilegal pero sana. Después nos llevábamos el diario de algún edificio y nos íbamos a desayunar a la plaza mientras lo leíamos. No parábamos de reírnos. A veces no hablábamos pero pensábamos y cuando volvíamos a hablar, resulta que habíamos estado pensando lo mismo.
No, si no me reconoce es que no debe ser él. Qué lástima, a veces lo extraño. Extraño las discusiones. No es fácil conseguir amigos inteligentes y sensibles. Suena a nostalgia, yo no soy un tipo nostálgico pero tengo este sentimiento que sí lo es.
Una noche trabamos todas las ranuras de los teléfonos de Santa Fé y Córdoba, después fuimos a sacar las monedas que se habían juntado y con lo que juntamos nos fuimos a comer a un restaurante chino. En ese tiempo la comida china era una novedad y nosotros nos moríamos de la curiosidad. No podíamos tomar un sorbo de agua sin que viniera el mozo a llenarnos de nuevo el vaso, entonces teníamos que aguantar la risa porque yo amagaba con tomar agua y el mozo se comía el amague y venía para ponerme más. Cuando nos fuimos de ahí el chino nos abrió la puerta y yo le dije “gracias” y el me dijo “gracias a usted” y yo “no, gracias a usted” y estuvimos así dele que va con “gracias a usted” y nosotros queríamos ser los últimos en agradecer pero el chino no nos dejaba así que yo dije “gracias a usted” y salimos corriendo, pero el chino salió a la vereda y nos gritó “gracias a usted” aunque ya estábamos como a cincuenta metros. Todavía me acuerdo y me sigo riendo.
El día que conseguí un lugar para irme de la casa de los viejos, lo llamé y le dije que teníamos una casa. Estábamos que nos salíamos de la vaina, llenamos el lugar con tantos afiches políticos que parecía un comité del partido, nos conseguimos unos cajones de manzana y nos armamos unas mesitas de luz. Un colchón para cada uno y las cosas que sacamos cada uno de su casa y nos armamos el bulín.
Bueno, me voy. La gente se está desconcentrando. Saco un paquete de galletitas de mi mochila, tengo un hambre que no doy más, abro la boca para dar el primer bocado y escucho detrás de mí “¿Me das la mitad?”

4 comentarios:

La lectora dijo...

Me encantó, Darío.
Siempre acompaño tus textos.
Gracias por postearlos.
Saludos!

Dario Kullock dijo...

Gracias por los comentarios tuyos que siempre me acompañan

Malvino dijo...

lindo texto ¿me das la mitad?

salute

Dario Kullock dijo...

La mitad es un abuso, no es que sea egoísta pero no te conozco. Te doy la un párrafo si querés.