El circo se había instalado en el mismo terreno abandonado que usábamos para jugar al fútbol con los muchachos del barrio y tuvimos que postergar nuestros encuentros deportivos por más de un mes. El último fin de semana intentamos armar un partido pero la pelota cayó en la jaula del león y Martín, el único que se arriesgó a recuperarla, falleció en el intento y aunque nosotros estábamos muy disgustados con los resultados del recate de la pelota, el león pareció satisfecho así que se echó a dormir la siesta y a hacer la digestión.
Como nos quedamos sin pelota y ahora éramos número impar, no pudimos volver a jugar. Sin otra cosa mejor que hacer decidimos pasar a la carpa el espectáculo.
Fuimos a la boletería, sacamos entradas para todos y nos acomodamos en las gradas.
El primero en salir a la arena fue el presentador que debía ser hermano del boletero porque eran idénticos. Presentó al equilibrista narrando un resumido pero impresionante currículum, que incluía su origen en la India, donde era muy famoso. Luego se retiró y a los tres minutos hizo su entrada dicho equilibrista, caminando sobre una soga que pendía a dos metros de altura. Cuando estuvo cerca nuestro noté su enorme parecido con el boletero, y por lo tanto con el presentador. Esto me pareció una casualidad fuera de lo común, pero esto no acabaría aquí.
Después de varias piruetas en el aire salió de escena y unos minutos después volvió a entrar el presentador. Esta vez anunció la entrada del famoso y recién llegado de Egipto, hombre lanza llamas. Salió corriendo de la pista y unos instantes más tarde entraba un hombre que escupía enormes lenguas de fuego. Para mi asombro, que a esa altura estaba al borde del colapso, la cara de este hombre no tenía ninguna diferencia con la cara del boletero y por lo tanto del presentador y por lo tanto del equilibrista. Esto era muy extraño, personas de lugares tan distantes y con rasgos idénticos. Repentinamente mi cabeza se iluminó, por fuera gracias a un fogonazo que pasó por encima de mí, y por dentro por una idea que se me presentó como una revelación: todos eran hermanos repartidos alrededor del mundo por la gracia del circo ambulante, y reunidos nuevamente por la misma gracia. Qué gracioso ¿no?
Estaba reconcentrado en estos pensamientos cuando el lanzallamas salió.
En el intervalo compramos unos pochochos al vendedor que se paseaba entre el público con una bandeja y hubiera jurado que era idéntico al presentador salvo por el uniforme de pochoclero que traía puesto. Quise preguntarle si eran parientes pero él ya no estaba.
Al rato entró el domador y el león. Esta vez no había ninguna similitud. El león tenía rasgos que lo diferenciaban claramente de los demás integrantes del circo, incluso del domador que para mi fascinación desbordante era una copia exacta del boletero, del presentador, del equilibrista y del lanzallamas.
Diez minutos habrán pasado desde que domador y domado estaban desarrollando sus destrezas cuando el león en medio de jadeos y contorsiones comenzó a sacar de su boca, como por arte de magia, un pantalón rasgado, y un par de zapatillas de la misma marca y color que las que calzaba Martín la última vez que lo vimos. Un segundo después el león ya hacía el número del muerto en medio de un aplauso abrumador.
Nosotros aún aplaudíamos cuando desarmaron la carpa, hicieron un pozo y depositaron al león que seguía con su número de hacerse el muerto. Lo cubrieron con tierra y se fueron dejando que el animal siguiese con su rutina circense debajo del montículo de tierra que quedó en medio de nuestra cancha de fútbol.
Hace un año que no está el circo y nuestras jornadas deportivas ya no fueron interrumpidas. A veces tengo el impulso de avisarle al león que el circo se fue y que puede dejar ya de hacer su show, pero el recuerdo de mi amigo clama venganza y por eso me contengo mientras pienso en Martín.
3 comentarios:
Pobre Martín.
O pobre león abandonado.
Muy bonito, compañero
salute
Soy un payaso y si hace falta
soy el oso, el tony, el pony,
el acomodador, el director de pista,
el dentista del elefante y el tragafuegos.
Horacio Ferrer
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