En el salar de Uyuni, Bolivia; José Malavar escribía sobre sí mismo y luego moría. Escribía sobre sí mismo en un doble sentido. Lo hacía sobre sí mismo porque él era el tema sobre el que escribía y lo hacía sobre sí mismo porque su propio cuerpo era el portador del texto. Hay quienes dicen que murió porque ya no tenía nada que contar; otros dicen que en realidad no escribió más porque luego de morir no le había pasado nada digno de ser contado.
Empezó escribiendo en letras grandes, sobre el pecho, sobre los muslos de sus piernas y a medida que fueron pasando los años y los textos tuvo que ir achicando la letra y ubicando sus memorias en los más ocultos pliegues de su piel. Cuando comenzó a escribir no previó que duraría tantos años. Lo más difícil fue escribir sobre su espalda, pero aquellos que han visto lo que su espalda cuenta, afirman que la variada caligrafía hace pensar en diferentes escribas, tal vez caminantes ocasionales, que lo ayudaron tomando nota de lo que José les iba dictando.
José Malavar murió en el salar luego de haber escrito sobre su cuerpo y fue encontrado en medio de ese mar de sal donde el horizonte no existe porque no se sabe si el cielo blanco se mete en el suelo de sal o la sal celeste se mezcla con el cielo, y ahí fue dejado. Para los que quieren leerlo. Porque allí el clima favorece a los cuerpos que quieran conservarse en buenas condiciones después de muertos.
Su cuerpo seco, con la piel intacta y en ella escritas las memorias de cuando era un cuerpo vivo; su propia huella que lleva escrita su memoria conservada en un salar en el que no hay más huella que la de un cuerpo escrito con el testimonio que afirma y confirma que antes estuvo vivo.
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