Sentado en su silla de madera, Iván Pávlov observa por milésima vez a su perro. Cada vez que el perro se mueve, Iván toma su cuaderno y hace anotaciones, cuando se acerca a la comida, cuando se incorpora de su cálida alfombra o cuando levanta las orejas y dirige su mirada ansiosa a la campana que el ayudante de Iván hace sonar, tanto Iván como su ayudante toma sus respectivos cuadernos y hacen anotaciones.
Debe ser un reflejo condicionado, piensa el perro.
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