Dio dos pitadas largas apurando el resto del tabaco, las hebras se
chamuscaron en su hueco de madera y desde allí una leve luz de
luciérnaga roja brotó, en medio de la claridad naciente del
amanecer de la vereda. Soltó una bocanada por un costado de su boca
sin sacar la boquilla de entre los labios y entrecerrando sus ojos
que miraban a través del humo. Con una mano tomó la valija y dijo
vamos. Eugenia apretó contra su cuerpo la muñeca que su madre le
había dejad
o en la cuna la noche anterior a su partida.
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