El año pasado, como colofón (¡qué palabra!
Parece un instrumento musical) de una uña mal cortada se produjo en el dedo
gordo de mi pie izquierdo, un bulto doloroso que, según un médico amigo, se
llama granuloma.
Es un tipo de tumor benigno, pero parece
que por más benigno que fuera, había que sacarlo. No entiendo por qué. Si fuera
benigno deberían ponerme más de eso. Pienso que hay que terminar con ese
eufemismo de llamar benigno a un tumor. Me dirán que es benigno si lo comparás
con un cáncer, pero no. Benigna es la vitamina “C” que te ayuda a prevenir un
resfrío; el calcio que refuerza los huesos o la lluvia, para la cosecha. Pero
un tumor ¿en qué te beneficia para que merezca el calificativo de benigno?
La cuestión es que debían sacarme el
granuloma. A medida que se acercaba el día de la operación, la imagen del
cirujano armado de un bisturí y dispuesto a cortarme iba tomando forma más
concreta. Entonces elaboré las siguientes dos hipótesis basadas en mis propias
sensaciones:
1)
La gravedad de una operación quirúrgica es
inversamente proporcional a la cercanía del corte con respecto a la cabeza. Es
decir que cuanto más lejos de la cabeza esté, es menos impresionante para el
cortado (y no me refiero a un café con leche). A medida que se acerca más al
pie se hace más tolerable. Ni hablar cuando sigue de largo y el corte se
produce más allá del pie.
2)
La gravedad de la operación quirúrgica es proporcional
a la profundidad del órgano a cortar. Es decir que cuanto más cerca de la
superficie se encuentre es más tolerable.
Llegó el día de lo que los
médicos llamaban cirugía pero que para mí no era más que un corte
insignificante en la punta opuesta a mi cabeza y a sólo milímetros de
profundidad. Para ir al sanatorio me puse un pantalón lo suficientemente cómodo
como para levantarme la botamanga, que me sacaran el granuloma del dedo e
inmediatamente después irme a casa. Dudé si ir en bicicleta o en taxi y ante la
insistencia de mi familia fui en taxi. Cuando entré al consultorio caí en la
cuenta de mi error. Tuve que sacarme toda la ropa, me pusieron un camisolín
humillante, me conectaron una sonda en las venas y me subieron a una camilla.
No tuve tiempo de decir que paren todo y que quería irme a mi casa con mi
granuloma, que después de todo era benigno ¿qué me podía hacer? Podía convivir
con algo benigno. Mi cuerpo necesita cosas benignas.
Pero ya estaba en el
quirófano y no quería parecer un cobarde frente a todos. El doctor me explicó
lo que iban a hacer mientras sonaba en un aparato los latidos de mi corazón. Yo
estaba más atento a ese aparato que a lo que me decía el doctor ya que si
dejaba de sonar significaba que estaba muerto y no quería ser el último en
enterarme.
Como la anestesia era
local estaba consciente de todo lo que pasaba a mi alrededor incluso de los
comentarios que el personal hacía. Pero ellos al parecer no estaban conscientes
de mí o tal vez tenían anestesiado el sentido de la oportunidad porque no se
cuidaban de decir cualquier cosa frente a ese cuerpo que estaba tirado en la
camilla y que era yo. “Mirá todo lo que le sacó de adentro, ¿Era necesario
cortar tanto?” Y cosas por el estilo.
Cuando la cirugía terminó
me llevaron a una habitación para esperar que la anestesia dejara de surtir
efecto, lo cual pasó mucho más rápido de lo que yo hubiera querido. Pronto
llegó el doctor y al ver mi cara de dolor dijo: “esta operación se la hice
muchísimas veces a niños y ninguno se quejó de dolor”, con lo cual hice un
enorme esfuerzo en disimular. Si un niño puede…
Aquí estoy. Googleando
granuloma en mi computadora portátil pero parece que no hay wifi en el
sanatorio. La próxima vez pido que me operen en un ciber.
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