sábado, 21 de abril de 2012

Caracol



Debería dejar mi casa, pensé, es verdad que siempre me cobijó, pero hace un tiempo que estoy tratando de subir por este tallo y este maldito caparazón no permite que me mueva con libertad. No es solo por el peso, también es el tamaño, la forma. Tendrían que experimentarlo para entenderme, un solo ambiente todo lleno de vueltas. Para ir de una punta a la otra tengo que dar un montón de rodeos, nunca una línea recta dentro de casa. Mala distribución.
Por eso dejé la carga atrás y subí sin problemas al tallo. No conocía esta sensación de liviandad, esta sensación de viento en todo el cuerpo. Incluso me tiré un rato de espaldas en el césped. Con mi casa a cuestas hubiera sido impensable. De todos modos siento que de un momento a otro tendré que volver a meterme en casa, me estoy secando con mucha rapidez. No lo había previsto.
Vuelvo a buscar mi casa pero no está donde la dejé. Perdí la casa. Alguien se la llevó. Maldita libertad, ahora parezco una simple babosa.
Tuve que refugiarme debajo de una tapa de Gatorade. Soy el hazmerreir del jardín, ningún insecto me toma enserio y se burlan de mí. Me gritan cosas: "andate a la concha...", "qué desconche..." y otras groserías.
Hoy tuve una entrevista con unos ejecutivos de Gatorade que están interesados en mí. Serán mis auspiciantes, sólo tengo que pasear por las paredes de los jardines del barrio sosteniendo la tapa y ellos se encargan de hacerme la vida más fácil.
El que ríe último ríe mejor, dicen, y ahora me río yo. Lástima que los caracoles no tengamos cuerdas vocales, sino escucharían las carcajadas. Me río pero nadie se entera. Así no tiene sentido reír, sólo yo me doy cuenta. Voy a hablar con los de Gatorade para que me instalen en la tapita un dispositivo con risas grabadas. Ahora me van a escuchar en todo el jardín, malditos insectos.

No hay comentarios: