martes, 27 de julio de 2010

El condenado

El guardia caminó por el pasillo y se detuvo frente a la celda. Abrió la puerta y el sonido metálico rebotó contra las paredes del calabozo.
- El jefe pregunta si tiene usted algún último deseo.
- Si, dígale que, aunque deseo la mayoría de las cosas, tal como lo hice durante toda mi vida, mi último deseo es no desear nada.
El guardia se dio media vuelta y se retiró por donde había venido. Minutos después volvió y nuevamente se detuvo frente a la puerta del calabozo. La abrió:
- Dice el jefe que ya está hecho. Puede ahora acompañarnos hasta el patíbulo.
- Agradézcale al jefe de mi parte. Ahora que nada deseo, vivir o morir me es indiferente, de modo que, así como no me alegra mi muerte, tampoco la lamento.
El condenado se dejó llevar, indiferente, por el pasillo que conducía a su muerte.

4 comentarios:

La lectora dijo...

¡Todo un filósofo el condenado!

Dario Kullock dijo...

Sí, tenía tiempo para pensar.

La lectora dijo...

Yo diría que tenía tiempo para no pensar. O sea: para entrenar esto que es parar de pensar, que a veces da mejores resultados...

La lectora dijo...

Yo diría que tenía tiempo para no pensar. O sea: para entrenar esto que es parar de pensar, que a veces da mejores resultados...