domingo, 23 de mayo de 2010

CLANDESTINA

"Sabés que odio leer, no me insistas más con los libros. No me gustan los libros".
Así me decía mi hija menor y clavaba su aguijón hiriente e impiadoso desde la breve altura que sus 10 años le habían concedido. Yo con el libro en la mano, tratando de ocultar la herida, me retiraba del campo de batalla y lo depositaba entre otros tantos que habían fracasado conmigo en la empresa de ingresar al mundo mágico de su imaginería; Roald Dahl, Mariño, Ema Wolf y otros tantos miraban impotentes desde el piso, a los pies de la cama.
Todos los días antes de taparla y desearle buenas noches, le canté una canción o le conté un cuento "qué querés esta noche: cuento o canción?" le decía con la guitarra en una mano y un libro en la otra. Todas las noches durante diez años, es decir 365 multiplicado por diez que sin contar los bisiestos me da un total de 3650 noches de cuentos y canciones.
"Sabés que odio leer" me decía derrumbando de un soplo la arquitectura que creí haber construido en torno a ella para que pudiera viajar y gozar como yo, por los infinitos mundos que se abren entre las páginas de un cuento o una novela. "No me gustan los libros" declaraba impúnemente desde esa especie de adolescencia temprana.
Pero un día llegué antes del trabajo y por algun motivo que no recuerdo ahora; yo, que siempre llego cantando a casa, entré en silencio.
No había en la casa sonidos de actividad y pensando que mi hija dormía una siesta, me acerqué sin hacer ruido a la puerta entrecerrada de su dormitorio. La luz de su velador estaba prendida y ella, de espaldas a la puerta leía "Matilda" ya por sus últimas páginas. Sigiloso como me acerqué, di marcha atrás y salí de casa para volver a entrar cantando como siempre. Me encaminé nuevamente a su dormitorio y la encontré simulando dormir, tomé "Matilda" de la cima de la montaña de libros supuestamente abandonados por su indiferencia, me senté en el borde de su cama, le di un beso a mi hija, ella abrió sus ojos y le ofrecí el libro, "¿estás segura de que no querés leerlo? es una historia hermosa". Y ella, "Cuántas veces te tengo que decir que no me insistas más con los libros, sos un pesado". Por eso me levanté, volví a dejarlo donde estaba y simulando una herida, me retiré feliz de su habitación.

6 comentarios:

La lectora dijo...

Darío, tu hija bien podría ser una versión rebelde de la lectora.
Como siempre, me encantó tu texto.
Aguardo el próximo :)

Diego Ariel Vega dijo...

¡Felicitaciones por el premio Oblogo-Hipotecario" Te lo mereces realmente porque escribís muy bien, tus textos llegan al alma, con profundidad y están muy bien redactados...
Además, este post de reivindicación de la lectura es de agrado de muchos enfermos que nos apasiona leer
Otra vez te felicito...
Saludos...

Vi dijo...

Pero que cosa seria. Mi hijo hace lo mismo... pero todavía estoy en ese tenebroso estado anterior al que vos contás, aquel en el que cuento los días que llevo insistiendo...pero ahora que leí esto, espero ansiosamente llegar un día y verlo leer de espaldas a la puerta. Tiene 9, debo esperar un año...tendré paciencia y no pienso sufrir. No, no.
Me encantó el cuento!

Dario Kullock dijo...

Gracias Anahí por tus comentarios, abrazos para vos.
Gracias Diego.
Vi:No sufra, no sufra, disfrute nomás que ya llegará el momento de recoger la cosecha.

Vidiella dijo...

Mejor que no lea pero sea honesta.


(dice el que ve el medio vaso siempre vacio)

Dario Kullock dijo...

Mejor que no lea y que tampoco sea honesta. (dice el que ve el vaso completamente vacío)